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Brasil no quiere que muera Titã , el perro enterrado vivo
El pequeño Titã enterrado vivo
Los ciudadanos de la localidad industrial de Novo Horizonte, en el Estado de Sâo Paulo, lugar del suceso, han convertido la lucha por salvar al pequeño Titã, en un símbolo de resistencia, que ha saltado mucho más lejos de aquella ciudad de 40.000 habitantes. Hasta desde los Estados Unidos, se han interesado y ofrecido ayuda a los veterinarios que lo están tratando para que puedan salvarlo.
La veterinaria Viviane Cristina con Titã
De varias partes llegan a Novo Horizonte, docenas de productos especiales para intentar por todos los medios que el pequeño no se muera. Es casi un reto contra la barbarie y considerarían su supervivencia como el mejor regalo de Navidad.
Según la veterinaria, Viviane Cristina da Silva, la situación de Titã es gravísima ya que sufre de una anemia fortísima que les impide por el momento operarlo.
El dueño del perro enterrado vivo, para el que ya existe una lista nacional e internacional de personas dispuestas a adoptarlo si sobrevive, ha desaparecido y podría ser encarcelado por crueldad contra los animales según las leyes brasileñas.
El caso de Titã, víctima de una violencia totalmente inútil y bárbara y los miles de artículos que el caso está originando en internet y los comentarios en las redes sociales, ha vuelto a poner sobre el tapete el tan discutido tema de los “derechos de los animales”. ¿Pueden los humanos torturar gratuitamente a esos seres indefensos? Justamente estos días en Brasil, en las redes, los más impresionados con el horror del perro enterrado vivo, son los niños, cuya indignación crea enorme ternura y al mismo tiempo obliga a los adultos a pensar. Quizás los niños, frágiles e indefensos como sus amigos los cachorros o los gatos o los pájaros, se vean reflejados, mejor que nosotros, en esa simbología de la violencia gratuita.
Mi amigo y admirado filósofo, Fernando Savater, con quién me suelo identificar casi siempre y al que siempre he leído con fruición y admiración de discípulo, suele defender que los animales no pueden exigir derechos porque ellos no conocen los deberes. Y que la violencia contra los animales ( empezando por la perpetrada en la corrida de toros) es más bien un problema de estética que de ética.
Lo cierto es que cada día más la ciencia descubre cómo los animales y no sólo los mamíferos, tienen sentimientos y exigencias afectivas y todas las manifestaciones que se dan en las relaciones amorosas como celos, pasión, dolor, agradecimiento etc. Si ellos no conocen sus deberes, nosotros conocemos sus exigencias y necesidades. Sabemos además que sin ellos, la Tierra sería un desierto y que no pocas veces son ellos los que nos dan lecciones sobre cómo amar la vida y cómo ser agradecidos.
Ojalá Titã, emblema de todo el dolor que los humanos infligimos a los animales y a la Naturaleza en general, pueda sobrevivir como esperanza de que los cuidados y nuestro amor por ellos pueden ser más fuertes que la barbarie que les infligimos.
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