Julita (i), Jesús, Rocío, el terapeuta que guía la sesión, Salvador, con Maxio y Verónica, posan con los galgos que cuidan.| M. Brágimo
- San Luis inicia una terapia con galgos para internos psiquiátricos
- Cuidan de los perros, les pasean, limpian y dan de comer
- Han percibido que mejora su motricidad, memoria, tensión y autocontrol
- El complejo hospitalario acoge a 650 residentes y otros tantos trabajadores
Cris es tranquila, descendiente de un ganador de concursos de belleza y pausada. El contrapunto idóneo para Julita, activa, despierta y extrovertida. Son amigas, casi inseparables. Se cuidan, se hacen compañía y ambas residen en el complejo hospitalario de San Luis.
Cris es una de los cinco galgos que un día Salvador, terapeuta del centro, se empeñó en adquirir para iniciar con pacientes psiquiátricos una novedosa terapia asistida con animales. Y Julita es una de los doce internos que participan en esas sesiones caninas.
La galga es su lazarillo. No le enseña a cruzar calles, sino un recorrido más difícil, el que conduce a la paz interior. Y para ello solo tiene que cuidarla.
Como ella, Verónica, Jesús, Rocío o Javi se hacen cargo cada día, por grupos de tres, de uno de los dóciles animales y les atienden. Les cepillan, limpian, pasean y charlan con ellos. Se sientan a su lado, les dan de comer, les guían para que se sienten, se tumben o se pongan erguidos... "Si me faltan los perros...", comenta Julita. "Les adoramos y ellos a nosotros".
El inmenso complejo hospitalario –que da cobijo a necesidades de geriatría, psiquiatría y discapacidad, en tres áreas diferenciadas pero adjuntas– es el primer centro en implantar este tipo de actividades con pacientes psiquiátricos, según explica Rubén de la Fuente, director gerente de San Luis y de los otros dos centros, también, de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús en Castilla y León: "No hemos oído que se haga nada similar con este tipo de pacientes".
La terapia comenzó hace unos meses y todos, personal e interesados, ya perciben efectos. "Para quienes estamos tristes es una alegría estar con ellos", afirma Verónica en uno de sus especiales encuentros con Bigota, que le despeja, relaja y estimula, y viceversa.
A falta de una completa evaluación, Salvador Tocino ya ha detectado mejorías. "Los beneficios se notan. En los primeros días vimos cómo a algunos internos les disminuía la tensión arterial, hasta el colesterol. Además de la tranquilidad que les transmite el animal", indica Salvador, quien añade bondades de la iniciativa: "Mejora la memoria reciente, sobre todo a corto plazo, también la motricidad fina –colocan la correa, el collar, les peinan...–". Pero ¿incide en un terreno más psicológico? "Claro. Mejora la empatía, la autorrealización al ser responsables de otro, el aprendizaje (de sí mismos, de sus compañeros de tareas y de los galgos) y el autocontrol".
Lo indudable es que acuden puntuales a su cita con sus nuevos amigos. Y lo hacen entusiasmados, motivados y orgullosos de que esos perros aprendan con ellos. Javi realiza una demostración: acaricia a Peregrina y le invita a sentarse. Ella obedece. Él sonríe. Sus compañeros también.
Además, internos de geriatría se suman a esta interacción pero de otro modo: dos días por semana un adiestrador canino acude por las tardes a enseñar a todo el grupo cómo educar a los perros.
Esta terapia alternativa es una apuesta de un centro que siempre ha tratado de distinguirse por el trato con el residente.
Desmitificado el concepto sombrío de este tipo de hospitales, el asombro se abre paso por la inmensidad de la arquitectura, rompedora dos siglos atrás (se fundó en 1889), y aún hoy.
Con el peso invisible del paso del tiempo, como si se hubiera construido con las últimas tendencias de innovación del s. XXI, el edificio presenta unas dimensiones ingentes. 650 residentes ocupan sus habitaciones y otros tantos trabajadores se mueven por sus dependencias.
Lo más llamativo son sus arterias. Conocido como 'el kilómetro', un pasillo central de 850 metros vertebra el inmueble y conecta las salas. Acoge un museo que muestra piezas –como el primer aparato de electroshock en España– que insinúan que en otro hilo temporal San Luis también fue pionero.
Peregrina, Cris, Bigota y cía son ya los 'vecinos' más famosos del complejo asistencial. Y cada vez se les quiere más. "Se ponen a llorar cuando nos vamos. A lo mejor es que quieren que nos quedemos más con ellos...", apunta Julita por si el director se da por enterado y extiende la hora diaria a toda la jornada.
Cris es una de los cinco galgos que un día Salvador, terapeuta del centro, se empeñó en adquirir para iniciar con pacientes psiquiátricos una novedosa terapia asistida con animales. Y Julita es una de los doce internos que participan en esas sesiones caninas.
La galga es su lazarillo. No le enseña a cruzar calles, sino un recorrido más difícil, el que conduce a la paz interior. Y para ello solo tiene que cuidarla.
Como ella, Verónica, Jesús, Rocío o Javi se hacen cargo cada día, por grupos de tres, de uno de los dóciles animales y les atienden. Les cepillan, limpian, pasean y charlan con ellos. Se sientan a su lado, les dan de comer, les guían para que se sienten, se tumben o se pongan erguidos... "Si me faltan los perros...", comenta Julita. "Les adoramos y ellos a nosotros".
El inmenso complejo hospitalario –que da cobijo a necesidades de geriatría, psiquiatría y discapacidad, en tres áreas diferenciadas pero adjuntas– es el primer centro en implantar este tipo de actividades con pacientes psiquiátricos, según explica Rubén de la Fuente, director gerente de San Luis y de los otros dos centros, también, de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús en Castilla y León: "No hemos oído que se haga nada similar con este tipo de pacientes".
Beneficios para todos
Julita abraza a la galga Cris.
A falta de una completa evaluación, Salvador Tocino ya ha detectado mejorías. "Los beneficios se notan. En los primeros días vimos cómo a algunos internos les disminuía la tensión arterial, hasta el colesterol. Además de la tranquilidad que les transmite el animal", indica Salvador, quien añade bondades de la iniciativa: "Mejora la memoria reciente, sobre todo a corto plazo, también la motricidad fina –colocan la correa, el collar, les peinan...–". Pero ¿incide en un terreno más psicológico? "Claro. Mejora la empatía, la autorrealización al ser responsables de otro, el aprendizaje (de sí mismos, de sus compañeros de tareas y de los galgos) y el autocontrol".
Rehabilitando corazón y mente
Tanto es así, que algunos de los 'cuidadores' de Bigota y compañía «se han abierto" más. "A veces les resulta más fácil comunicarse con ellos que conmigo", cuenta Salvador. A lo que el director apunta: "Ser responsable de otro ser vivo rehabilita, establece unos vínculos emocionales que les ayuda a reorganizar su vida". Además –defiende– "hay a quien evoca recuerdos de su infancia, de los perros que había en su pueblo, sensaciones positivas. Ya existen estudios que avalan los efectos de este tipo de iniciativas".Lo indudable es que acuden puntuales a su cita con sus nuevos amigos. Y lo hacen entusiasmados, motivados y orgullosos de que esos perros aprendan con ellos. Javi realiza una demostración: acaricia a Peregrina y le invita a sentarse. Ella obedece. Él sonríe. Sus compañeros también.
Además, internos de geriatría se suman a esta interacción pero de otro modo: dos días por semana un adiestrador canino acude por las tardes a enseñar a todo el grupo cómo educar a los perros.
Esta terapia alternativa es una apuesta de un centro que siempre ha tratado de distinguirse por el trato con el residente.
Derrumbando mitos
Nada más cruzar la puerta principal, los tópicos caen. La imagen del psiquiátrico desolador retratado a menudo en el cine no asoma por ninguna de las estancias del complejo. Sus enormes pasillos invitan a pasear, las zonas ajardinadas a descansar y los dóciles galgos a sonreír.Aparato del primer electroshock.
Con el peso invisible del paso del tiempo, como si se hubiera construido con las últimas tendencias de innovación del s. XXI, el edificio presenta unas dimensiones ingentes. 650 residentes ocupan sus habitaciones y otros tantos trabajadores se mueven por sus dependencias.
Lo más llamativo son sus arterias. Conocido como 'el kilómetro', un pasillo central de 850 metros vertebra el inmueble y conecta las salas. Acoge un museo que muestra piezas –como el primer aparato de electroshock en España– que insinúan que en otro hilo temporal San Luis también fue pionero.
La compañía de Bigota y sus amigos
Ahora, los nuevos inquilinos caninos amplían las actividades cada vez más adaptadas a los nuevos tiempos. Parte de los internos participa en tareas de lavandería con los 3.000 kg. diarios de ropa que manejan, pero otros pasean en bicicleta por la ciudad, o confeccionan pulseras y otras artesanías.Peregrina, Cris, Bigota y cía son ya los 'vecinos' más famosos del complejo asistencial. Y cada vez se les quiere más. "Se ponen a llorar cuando nos vamos. A lo mejor es que quieren que nos quedemos más con ellos...", apunta Julita por si el director se da por enterado y extiende la hora diaria a toda la jornada.
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