La rueda de un carruaje hirió la pata de un hermoso
perro de San Bernardo. Iba éste hacia su casa cojo y
dolorido, y al verlo pasar un herrero, le dió lástima.
Lo llamó, le lavó la herida, puso en ella unas gotas
de bálsamo y la vendó cuidadosamente. El perro
siguió haciendo visitas diarias al herrero, éste lo siguió
curando, y al cabo de una semana el perro estaba
curado por completo.
No se olvidó por eso de su bienhechor, a cuyo taller
acudía con frecuencia, para mostrarle su
agradecimiento.
Habían pasado algunos meses cuando una mañana
encontró el herrero en la puerta de la herrería dos
perros. Uno de ellos era su antiguo amigo, el de
San Bernardo, y el otro un galgo que tenía la pata
herida y llena de sangre.
El herrero quedó asombrado de aquel rasgo de
inteligencia y de nobleza de sentimientos en un animal,
y se puso a curar al galgo. El de San Bernardo hizo
entonces grandes demostraciones de agradecimiento
y de cariño, mientras el herrero, llorando de gozo, le
decía:
Hiciste bien, y te lo agradezco. Sabías que
podías contar con tu antiguo amigo, y no sólo has
favorecido a este perro, sino que me has dado una
mañana feliz.
Nota: no sé de quién es este cuento, lo encontré una vez por casualidad y lo guardé. Espero que os guste...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.